¿Existió realmente el rey Agamenón? ¿Robó Paris a Helena de manos de los griegos? ¿Falleció Héctor a manos de Aquiles a las puertas de la ciudad de Troya? ¿Fue Ulíses, personaje de los cantos homéricos, un héroe o un hombre fruto de las leyendas antiguas? Todo hace pensar que existieron realmente, alrededor del siglo XII antes de Cristo. Todos se vieron empujados a participar en la expedición de los griegos aqueos que destruyó Troya alrededor del 1183 a. C., tras un asedio que duró diez años. Algunos perdieron la vida, convirtiéndose en inmortales para la historia; otros, como el rey de Ítaca, se perdieron y corrieron numerosas aventuras a su regreso por el mar Egeo, para llegar, al cabo de otros diez años, a su patria y recuperar su trono.
Cuando Heinrich Schliemann contaba tan sólo con ocho años, su padre le regaló un libro ilustrado de Historia Universal. Al hojearlo, el niño encontró una imagen en la que se veía a Eneas huir con su padre e hijo entre las llamas que abrasaban Troya. Esta imagen lo cautivó poderosamente. Consiguió una edición alemana de La Ilíada y la devoró de principio a fin. Desde entonces consideró cualquier otro libro una nota al pie de página de La Ilíada (incluida La Odisea). Y cuando más tarde le dijeron que Troya era un lugar fantástico, creado en la imaginación de un heleno ciego y chocho, se negó a creerlo y se propuso demostrar al mundo entero que Homero había sido, además de un excelente poeta, un soberbio historiador.
Entre 1871 y 1890, Schliemann excavó a sus propias expensas la colina de Hissarlik, en la actual Turquía. El único criterio que utilizó para decidir el lugar de la excavación fue, por supuesto, la Ilíada. Y una mañana de 1873, tuvo lugar el descubrimiento arqueológico más importante del siglo XIX. Schliemann vio entre las rocas algo que brillaba, despidió inmediatamente a sus trabajadores y envió por Sofía. Una vez solos, desenterraron el tesoro de Príamo, y Heinrich adornó a Sofía con las joyas que alguna vez luciera Elena de Troya.