Amón, el enigmático ‘dios oculto’ del antiguo Egipto

Es el nexo idóneo para explicar en religiones posteriores el concepto de “Dios que la Humanidad no puede alcanzar”.

Amón es uno de los dioses más enigmáticos del panteón egipcio, ya que aunque su representación sea humana, su nombre significa “el oculto” o “el desconocido”, y recibió epítetos como “el misterioso en forma”. 

En un inicio pudo ser el patrón de los barqueros. En su forma humana solía representarse con la piel roja o azul. Pero al estar relacionado con aspectos de la fecundidad, también solía representarse con la cabeza de carnero, símbolo poderoso de la sexualidad en el antiguo Egipto. Por eso vemos que las rutas que llevaban al Templo de Amón en Karnak estaban flanqueadas por esculturas de carneros o leones con cabeza de carnero en honor al dios. 

Pero lo fascinante de Amón es que era “el dios oculto”, el aire que se encontraba en todos los lugares y momentos. Los humanos no podían verle, sólo sentirle y, como dios invisible, Amón supone el nexo idóneo para explicar en religiones posteriores el concepto de “Dios que la Humanidad no puede alcanzar”. Esta idea aparece claramente en una escena bíblica del Nuevo Testamento, en el libro Hechos de los Apóstoles, cuando el apóstol Pablo visitó Atenas y encontró una inscripción con muchos dioses, entre los que se encontraba “el dios desconocido”. Entonces, dijo a la élite ateniense que venía a hablar precisamente de ese dios oculto, lo que etimológicamente demuestra una conexión con el dios posterior. 

Pablo, de pie en medio del Areópago, dijo: «Atenienses, veo que vosotros sois, por todos los conceptos, los más respetuosos de la divinidad. Pues al pasar y contemplar vuestros monumentos sagrados, he encontrado también un altar en el que estaba grabada esta inscripción: «Al Dios desconocido.» Pues bien, lo que adoráis sin conocer, eso os vengo yo a anunciar. «El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, que es Señor del cielo y de la tierra, no habita en santuarios fabricados por manos humanas, ni es servido por manos humanas, como si de algo estuviera necesitado, el que a todos da la vida, el aliento y todas las cosas. El creó, de un solo principio, todo el linaje humano, para que habitase sobre toda la faz de la tierra fijando los tiempos determinados y los límites del lugar donde habían de habitar, con el fin de que buscasen la divinidad, para ver si a tientas la buscaban y la hallaban; por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos, como han dicho algunos de vosotros: 'Porque somos también de su linaje'." (Hechos 17:22-17:29).

El rey de los dioses

Al comienzo del Reino Medio, los reyes de la Dinastía XII alzaron a Amón como “el rey de los dioses” y así se convirtió en Amón-Ra. Ya en el Reino Nuevo, Amón se convirtió en la deidad venerada por los reyes militares expansionistas de Tebas, lo que hizo aumentar considerablemente su culto, de manera que, en la época de Akhenatón (c.1353 A.C), los sacerdotes de Amón acaparaban una enorme riqueza y poder. Quizá ello influyó en el hecho de que el dios Amón fue el que sufrió las mayores consecuencias durante la reforma del faraón hereje Akhenatón, cuando los nombres y representaciones del dios fueron borrados de todos los templos de Egipto. 

Después, en el periodo de restauración que siguió al interludio de Amarna, el dios Amón recuperó el culto perdido y, para el reinado de Ramsés III, las posesiones de Amón significaban un tercio de la tierra cultivable de Egipto. Tal fue su poder que también fue honrado por Alejandro Magno y, con el nombre de Zeus-Ammón fue venerado, también, en los periodos griego y romano. 


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