Joseph N. Lockyer, científico y astrónomo inglés que junto a Pierre Janssen descubrió el gas helio, fundador y principal editor de la presigiosa revista Nature, fue el primero en apuntar que los templos egipcios estaban orientados de manera que en el orto y el ocaso del día más largo del año un rayo de sol atravesaba un pasadizo hábilmente construido que comunicaba con el interior del santuario. Así los sacerdotes podrían determinar la duración del año con la precisión impresionante. Argumentó también que el templo de Amón-Ra en Karnak fue construido de manera que en el orto y el ocaso del solsticio de verano la luz del sol entraba en el templo a través del eje del santuario. Según Lockyer, el propio templo era un instrumento científico de muy alta precisión, pues con él podría determinarse la duración del año con una exactitud considerable.
Del mismo modo, Lockyer, pionero en los estudios de arqueoastronomía egipcia, relacionó los templos con determinadas estrellas de la noche egipcia. Sin embargo, la orientación de los templos respecto a las estrellas solamente puede cumplir su función durante doscientos o trescientos años, porque cada año la salida y la puesta de las estrellas se retarda con respecto al Sol. El templo necesitaría entonces una reorientación, o debería ser levantado otro templo. Luxor, por ejemplo, tiene cuatro cambios bien definidos de orientación en el eje del templo.
Desde aquellos días, los estudios referentes a la astronomía en el Antiguo Egipto han pasado por diferentes vaivenes, y gozan en la actualidad de sus mejores momentos, después de que varios expertos, desde los años 60, se dedicaran al estudio de las escasas evidencias que nos legaron los egipcios sobre esta cuestión.